martes, 10 de marzo de 2015

El Valle. XIV

He intentado, por un momento calmar mi mente. Y como siempre, estoy en mi alcoba. Pienso y evito no revivir todos aquellos sucesos en los que me vi envuelto en aquel valle. Mi vida no es nada feliz y es ardua monotonía, una soporífera rutina que me quita las ganas y el buen sabor de mi vida. Se podría decir que soy afortunado. Pero no me siento así. Han pasado varios años desde que volví y ya han sido seis los intentos de suicidio. Mi novio cada día vive mas amargado y su cara, su cara denota de todo menos amor. Siento que ya no le amo, y que le odio por no dejarme acabar con mi miserable vida. ¿Acaso el me sigue amando? No sabría responder con absoluta certeza. Pero yo siento que el ya no me ama, y no quiere dejarme tomar mis propias decisiones.
Cree que he perdido la cabeza. Tal vez sea cierto, mas el dice que paso las horas hablando solo y que la única que me visita es la muerte en sueños. La añoro, me acompaño mucho en mi camino por aquel valle. Sueño con su negra suavidad de seda y su frío abrazo. Miro por el ventanal, el que da al jardín trasero. Veo el hayedo, ya esta sin hojas y su corteza renegrida. Parece que se marchita al igual que mi negra alma. No dejo de darle vueltas y pienso en como quitarme la vida de nuevo. Tengo a mi lado a un viejo amigo, el viento, que es con quien mas largas conversaciones mantengo. Mi novio dice que no es real pero el que sabrá. El no sabe ni ver mas allá de sus narices mucho menos sabe lo que es una conversación de nivel ¿Por qué no te vas? ¿Por qué no te mueres? Pienso en mis adentros.


-Me asombro-, no se si serán pequeños lapsos de lucidez, pero me pregunto que separa el amor del odio. Y, por que todo objeto cortante esta bajo llave. No tengo acceso a barbitúricos ni a objeto alguno que pueda afligir daño mortal. Paso mis aburridas horas contando en alto mis penas marchitas, marchitas como las hojas de las rosaledas de la entrada que hace tiempo que ya nadie se cuida de ellas. Contemplo un péndulo de un viejo reloj y su hipnótico vaivén me entretiene cual párvulo. ¿Cuánto lleva ese reloj ahí? Ya no se ni como ha llegado ahí, es la cosa mas fea que he visto en mi vida. Será una de esas absurdas herencias. Esta casa a pertenecido a mi familia durante 130 años por lo menos. Hay objetos muy curiosos y hasta valiosos. Me levanto de la silla, es una silla simple, tallada en madera noble, bastante vieja con las betas vistas. El suelo por el que me muevo es de cedro y las molduras de los techos de roble. Las paredes están decoradas con papel pintado que ya empieza ha estar resquebrajado y se deja ver la madera de debajo. En la habitación hay un farol que se adapto para la novedosa luz eléctrica pues era del siglo XVII. Me dirigí hasta el reloj de pared. Rompí el cristal y arranque el péndulo. Intente seccionarme la yugular pero en aquel instante apareció mi novio. Le empuje y me puse sobre el. Con mis manos rodee su cuello y apreté con fuerza. El se revolvía, se retorcía, luchaba por su vida. En aquel momento me sentí superior y una sensación indescriptible me sobrecogió, que bien y que vivo me sentía. El dejo de retorcerse y quedo inerte. Que bien me sentía. Había acabo con la vida de otra persona, por fin le había matado. Un nuevo yo nació y no sentía otra cosa que el impulso de repetirlo una y otra vez.

Rhöd Deutsch. El Relato Surrealista.
Redactando desde el 17 de Agosto de 2012.