martes, 1 de abril de 2014

El Valle. III

Recupere la conciencia. Debía de ser ya el día siguiente. No se cuanto tiempo permanecí sin conocimiento, solo se, que la muerte no me llevo... jamás entendí por que. Cuando salí del cenagal llegué a un extraño páramo. Era verde, y tenía cierto alénto de vida. Era como un lago azul en medio de la tierra. Olía a jazmín, creo recordar, era como el aroma de los montes que en mi tierna niñez recorría. Por un momento lo reviví... di un paso, y ante mi, el cuervo, emprendió el vuelo, y fugaz, se alejo del sitio. Es como si ahora me evitara la muerte, y yo quisiera que me encontrara. En mitad de ese vergel había un lago de cristalinas aguas. Bebí hasta saciar la sed. Al otro lado, un manzano me tendía su fruto y me llamaba a cogerlo. No quería moverme de allí, tenía agua y comida, cosa que en mucho tiempo no vi... Pero algo, desde las cimas que aún, en la lejanía culminan, me llamaban.

“Un arpa oigo a lo lejos,
que leves acordes tañe y
qu'el viento, cual canto de sirena,
armoniza y acompaña por las gargantas
del pronunciado valle...
susúrros de música oigo.
Oigo la música. Es'arte, en la cual,
la frivolidad encuentra sus mas siniestros adeptos.
Jamás me hipnotizo, ni cautivo mi oído.”

Esa arte oscura, en su vano intento de imitar a la naturaleza, no es más que un artificio, tan inerte y sin viva, que solo los más muertos en vida en ella belleza y razón buscan y creen encontrar. Viven del fugaz capricho y del deleite del momento. Adoran esa arte oscura que sus bacanales de fondo acompañan y que sus gritos de placer disimulan al oído de los más rectos. ¿Me he de creer superior por estar por encima de eso que llaman placer, por eso que llaman amor, o, por eso que llaman humanidad?

Escritos Lovecraftianos. Rhöd Deutsch.

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