lunes, 2 de febrero de 2015

El Valle. XIII

Hermoso paisaje que detenido en el tiempo mi mente fotografía y graba. Con el amor de mi mano, y la muerte de lado, tejiendo su sombra con la nuestra, y siempre nuestra retaguardia vigilando. Hoy me he levantado más feliz que otros días. Siento de nuevo una llama de vida y la calida felicidad que dilata mis días y despeja mis horas de soledad. Nimbado recuerdo del pasado que con fulgor de mi ser nace y en mi boca, lanzado al aire muere. ¿Donde? No se sabe. El viento, se lo lleva lejos, a un lugar perdido del tiempo y custodiado por el olvido, pues, es donde las palabras lanzadas al aire van a parar, ya que, tras ser pronunciadas vuelan ágiles y ágiles mueren. El amor, renueva día a día al ser, y este, cada noche, tras el calor del acto de amor entre dos amantes, renace de las cenizas de la ardiente pasión que fulge como dos antorchas.

“Llevo largo tiempo pensando, no se cuanto ha pasado ya, pero revivo una y otra vez mi largo paseo por las negras arenas de la vida que me empujaron hasta aquella playa de muerte por doquier coronada. Recuerdo, y mi latir acelera, aquella larga y oscura caverna que mi prisión fue por… bueno, no se por cuanto exactamente. Duros recuerdos de piedra labrada en la cantera de mi mente. Larga y honda herida que nunca cicatrizara. La dicha siempre se ha portado caprichosa conmigo y siempre trampas para mi ha urdido. Vuelvo a estar bajo mi centenario amigo. Sus largas y gruesas ramas me sigue tendiendo y ante mi se inclina y me felicita los dorados días que junto a ti he pasado. Mudo testigo de nuestra unión y nuestro respeto. Y fiel guardián del dorado tesoro de nuestro amor. Acabo de despertar, vuelvo a estar bajo mi querido árbol y junto a mi amado. ¿Pero? Me he de preguntar una y otra vez si esto es real ¿He vuelto a mi vida? o ¿Es un turbio espejismo creado por mi atormentada mente para calmar mi espíritu? Hace escasos momentos me hallaba perdido, subiendo una colina sabe dios donde. Ahora, vuelvo a estar en mi jardín, bajo mi árbol que tantas buenas horas llenó. Y lo más importante, mi amado, aquel que durante meses, años, o siglos, creí haber perdido, y creía muerto, esta dormido. Con esa fina y blanca tez que acompaña a una contenida expresión de felicidad. Acaricie esos bucles castaños que se arremolinaban sobre sus sueños.

Me pellizque, me mordí, corrí a mi alcoba y con unas tijeras me hice un pequeño corte en el brazo. Broto al poco la rojez y sentí un intenso dolor. Me dolió, pero no desperté en ningún otro lugar. No daba crédito. Todo había acabado y podía volver a mi aburrida vida de dulce letanía del día a día y perecer junto a mi amor.”

Era un nuevo día. Abrí los ojos. Mire y vi a mi amado ahorcado. En aquel momento me quede sin respiración. Mis ganas de vivir desaparecieron y grite a la muerte para que me llevara junto a el. Me quede allí, inmóvil durante horas. El sol bajo y el ocaso se pronunciaba. Cogí su cuerpo inerte y lo baje. Las lágrimas brotaron y cual lluvia iban cayendo sobre el rostro de mi amado. Me dirigí al jardín trasero y a un par de pasos del hayedo empecé a cavar su sepelio. Lo mas hondo posible. Al cabo de las horas termine el trabajo y me dirigí a mi alcoba para coger el cuerpo de mi amado que yacía yerto, a los pies de nuestro lecho. Lo cogí. Pesaba bastante, pero a pesar de la inmensa debilidad que me invadía lo lleve hasta el jardín y lo puse en la tumba que le hice. Palada tras palada enterré su cuerpo junto nuestro hayedo con la esperanza de que su alma permaneciera allí. Tras terminar me tumbe sobre su tumba y al tiempo de abandone. No quería comer, ni beber ni vivir. Me volvía a sentir igual que cuando andaba por aquel valle. Perdido, triste y solo. Pasaron los días y allí seguía tirado. Tenía la piel pálida. Los ojos hundidos y estaba famélico. No tenia fuerza alguna para levantarme de allí. Me entregué a la más profunda oscuridad y depresión y mi muerte espere. Espere a morir allí mismo. Sobre el sepelio de mi amado con la esperanza de unirnos de nuevo. Pasaron un par de días más. Me delia todo el cuerpo y cada vez me costaba mas respirar. Se que ya no duraría mucho. Cerré y los y… y…

Estas son las ultimas palabras que sobre la mesa de mi alcoba deje y que escritas en sangre al viento en alto pronuncie…

“Ha llegado la hora. Ha llegado la hora de decir adiós a la vida. Decir adiós a la felicidad. Decir adiós a todo lo que la vida me pueda deparar. Ha llegado la hora de renunciar a la vida. La hora de abandonar este cuerpo que me tiene preso. La hora de decir adiós a ese amor que tan lejos vive. Decir adiós al futuro. Ha llegado la hora de ver la realidad tal y como es. Es inútil luchar por un futuro incierto. Inútil vivir para tener que aguantar las idas y venidas de una vida caprichosa que nunca me ha dado cariño. Un destino frío, egoísta, distante y ausente. Ese destino que quieres borrar de la memoria. No pasa un solo momento en el que no piense en que se muera. Deseo que muera. Quiero que muera cuanto antes. Quiero ser feliz y libre. Quiero que la idea de suicidarme desaparezca por completo. Que esa idea que me quita el sueño y me impide respirar feliz. Odio vivir así. Cada minuto que pasa veo mas clara la idea de quitar mi vida. No merece la pena vivir así. Es el recuerdo de las palizas que recibí de un dios alcoholizado por la vida. Incapaz de estar a gusto consigo mismo y tan acomplejado y amargado que solo lo que yace en el fondo de una copa apague esa voz interna que dice – eres un fracasado, el ser mas inútil, una escoria, tu vida es un fracaso –

¿Donde esta? Se que en alguna parte de esta habitación hay un bisturí. Se que lo hay. Quiero cogerlo. Empuñarlo y seccionar mi yugular. Quiero morir en segundos. Sin sufrimiento. Quiero morir y punto. Quero que sea rápido e indoloro. Que la sangre salga rápida y salpique todo. Paredes en sangre coronadas y en sangre teñidas. Que como sangrientas palabras a los ojos que las observan griten y canten mi muerte. Que se fundan en el llanto del que contemple mi cuerpo yacido en el lecho de mis sueños. Lecho de sangre y lecho de penas en rojo teñidas. Que mis ojos permanezcan abiertos e impasivos a la vida que me perderé. Que de mis ojos broten. Justo en los últimos segundos tras mi muerte, las lagrimas de mi alma herida por el tiempo, la soledad y esta cárcel que es la vida. Que sean lágrimas negras, llenas de odio. Lagrimas de la muerte que prematura me lleva y por voluntad propia a ella me uno. Quiero abrazar fielmente a esta extraña amiga que tantos seres me ha quitado. Quiero pedirla que me lleve con ella por siempre. Quiero pedirla que me bese y me hipnotice… Pues finalmente, cogí el bisturí y me corte el cuello. La sangre broto… caí sobre aquel lecho de penas. Vi, por un momento, las llamas del fuego eterno alas que me uní. Pero… fue solo un espejismo, fruto de la falta de sangre al cerebro. Pues mis funciones corporales fueron fallando y tras unos segundos exhale y a la gran parca me consagre.”

Rhöd Deutsch. Escritos Lovecraftianos.
El Relato Surrealista.

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