sábado, 16 de marzo de 2013

Etéreos castillos pueblan el recuerdo.

La persistencia del tiempo y la memoria.




Oscuro es el corredor por el cual me adentro,
oscuro es, pues en lo mas hondo,
de este viejo castillo, herido me encuentro.

El monarca que aquí vivió, de la bondad no fue conocedor,
pues, oscuro era su corazón, corazón esculpido pétreo,
corazón de negro alabastro y muerto en piedra.

Espiar sus grosos muros uno no se atreve, pues te atrapan.
Del mas gris granito esta erigido tal mólize que con su
altanero encanto encaramado en la altitud se encuentra.

En la cúspide del monte que del fin del mundo es fiel marcador,
alejado de todo rastro de la humilde humildad de sus siervos,
alejado de la humildez de la trémula humanidad que expira.

Trémula es la mano que acaricia los últimos días con su aliento, y
que con delirios a la vana gloria y la razón de los tiempos apela
en balde, pues por ende, su razón de ser se ha hecho inexistente.

Pues allí, frió, hierático te eriges, como el vago recuerdo de una
esplendorosa época, esperando con serena quietud la tormenta,
esperando con serena quietud el fin de los días.

Fiel conocedor del baldío pasado eres, mas en vano no
fuiste creado, y con vigor a la piedra te arraigaste,
y en primera persona testigo del horror fuiste.

Tiempo atrás de la tierra saliste y a ella has de volver,
pues de esta etérea verdad estas hecho e inherente eres
a la vida, vida finita de la piedra en el alma vivida.

Como si de la norma de la naturaleza se viese humanizada
y conformada, pues hijo de la humanidad has de ser,
pues, cobijo de reyes y cobijo del tiempo eres.

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